Este post es especial.

La escritura terapéutica es una herramienta fantástica con la que contamos en psicología y que yo utilizo con mis pacientes. Escribir es una forma fascinante de expresión emocional, una forma de ver cómo salen de tu mente todas las ideas y sentimientos: pasiones, roturas, angustias, risas, amores… y que se trasforman en frases que ordenan tu pensamiento y regulan tu estado emocional.

Delante, un folio en blanco para desbordar en él todo lo que tienes bloqueado. Es una sensación a la que hay que enfrentarse. ¿Lo mejor de todo? No importan las leyes gramaticales, no importa nada de nada si eres creativo o no, es sólo escribir, sin filtro.

Y cuando estás delante de ese papel, te acuerdas de todo lo que tienes en tu vida a lo que a lo mejor no le has dado un valor suficiente. Te hace reflexionar, sobre todas las cosas que te gustaría decirles a algunas personas y que se pierden en la amalgama de pensamientos banales. Sobre que te dedicas más tiempo a pensar en lo que no tienes y en lo que te hace falta y no te centras en agradecer. Y en ese momento te dices: ¡Que sí! ¡Que ya es hora!

Ahora, me pongo en frente de mi ordenador, con mi taza de infusión y una rodaja de limón encima y decido escribir un post para mí, pero que también influya en ti.

¿Qué tengo en mi vida para estar agradecida? ¿A qué personas especiales quiero escribir? Se me vienen unas cuantas a la cabeza, pero siempre sobresale una por encima que se instala para recordarme que deber ser la primera: mi madre. Así que allá va, carta a mi madre:

Querida mamá.

Sé que esto no te lo esperabas, y sé también que quizás debía haberlo hecho antes; a pesar de que me esfuerzo, aunque no siempre me salga bien, en cuidarte y preocuparme por ti.

Te quiero, aunque eso ya lo sabes. Es importante decírtelo y cada vez me doy cuenta de que lo hago menos, por inercia o por vergüenza ¡A saber! Eres una persona extraordinaria, me reflejo en ti en muchas de mis experiencias vitales. Sí, es verdad, no siempre te hago caso, pero tu voz siempre resuena como un suspiro de palabras alentadoras en mi cabeza cada vez que sufro, aunque no esté a tu lado. Eso es para siempre.

No hay un solo recuerdo bueno o malo en el que tú no estés y eso es bueno, refleja lo mucho que me has apoyado y que has estado ahí y no me vale que me digas que «es lo normal porque eres mi madre».

En definitiva, GRACIAS, por todo, por lo que has hecho y lo que harás en el futuro que seguro que me olvido de verlo y apreciarlo.
Con todo el amor que siento, puro, limpio y sin grietas, me despido.

Tu hija.

Beatriz.

Ahora estoy más feliz que hace unas horas y te animo a escribir una, dos o las cartas que quieras. A dedicarle sólo un momento al día a dar las gracias por las pequeñas cosas que te da la vida.

Gracias por leerme y compartir o comentar tus pensamientos y opiniones.